miércoles, 31 de octubre de 2012

Las personas, a menudo, no son lo que parecen

Hace unos días, tuve la oportunidad de recordar la historia de la profesora Thompson y de Jim, historia que me gustaría compartir en su totalidad con ustedes, deseando que les ayude a “crecer” y que se permitan emocionarse –como lo hice yo- al descubrirla…

“Al inicio del año escolar una maestra, la señora Thompson, se encontraba frente a sus alumnos de quinto grado. Como la mayoría de los maestros, ella miró a los chicos y les dijo que a todos los quería por igual. Pero era una gran mentira, porque en la fila de adelante se encontraba, hundido en su asiento, un niño llamado Jim Stoddard. La señora Thompson lo conocía desde el año anterior, cuando había observado que no jugaba con sus compañeros, que sus ropas estaban desaliñadas y que parecía siempre necesitar un baño. Con el paso del tiempo, la relación de la señora Thompson con Jim se volvió desagradable, hasta el punto que ella sentía gusto al marcar las tareas del niño con grandes tachones rojos y ponerle cero. Un día, la escuela le pidió a la señora Thompson revisar los expedientes anteriores de los niños de su clase, y ella dejó el de Jim de último. Cuando lo revisó, se llevó una gran sorpresa.

La maestra de Jim en el primer grado había escrito: “Es un niño brillante, con una sonrisa espontánea. Hace sus deberes limpiamente y tiene buenos modales; es un deleite estar cerca de él”.

La maestra de segundo grado puso en su reporte: “Jim es un excelente alumno, apreciado por sus compañeros, pero tiene problemas debido a que su madre sufre una enfermedad incurable y su vida en casa debe ser una constante lucha”.

La maestra de tercer grado señaló: “La muerte de su madre ha sido dura para él. Trata de hacer su máximo esfuerzo pero su padre no muestra mucho interés, y su vida en casa le afectará pronto si no se toman algunas acciones”.

La maestra de cuarto escribió: “Jim es descuidado y no muestra interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones se duerme en clase”.

La señora Thompson se dio cuenta del problema y se sintió apenada consigo misma. Se sintió aún peor cuando, al llegar la Navidad, todos los alumnos le llevaron sus regalos envueltos en papeles brillantes y con preciosos listones, excepto Jim: el suyo estaba torpemente envuelto en el tosco papel marrón de las bolsas de supermercado. Algunos niños comenzaron a reír cuando ella sacó de esa envoltura un brazalete de piedras al que le faltaban algunas, y la cuarta parte de un frasco de perfume. Pero ella minimizó las risas al exclamar:

“¡Qué brazalete tan bonito!”, mientras se lo ponía y rociaba un poco de perfume en su muñeca. Jim Stoddard se quedó ese día después de clases sólo para decir:

“Señora Thompson, hoy usted olió como mi mamá olía”.

Después de que los niños se fueron, ella lloró por largo tiempo. Desde ese día renunció a enseñar sólo lectura, escritura y aritmética, y comenzó a enseñar valores, sentimientos y principios. Le dedicó especial atención a Jim. A medida que trabajaba con él, la mente del niño parecía volver a la vida; mientras más lo motivaba, mejor respondía. Al final del año, se había convertido en uno de los más listos de la clase.

A pesar de su mentira de que los quería a todos por igual, la señora Thompson apreciaba especialmente a Jim.

Un año después, ella encontró debajo de la puerta del salón una nota en la cual el niño le decía que era la mejor maestra que había tenido en su vida. Pasaron seis años antes de que recibiera otra nota de Jim; le contaba que había terminado la secundaria, obteniendo el tercer lugar en su clase, y que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en su vida. Cuatro años después la señora Thompson recibió otra carta, donde Jim le decía que, aunque las cosas habían estado duras, pronto se graduaría de la universidad con los máximos honores. Y le aseguró que ella era aún la mejor maestra que había tenido en su vida. Pasaron cuatro años y llegó otra carta; esta vez Jim le contaba que, después de haber recibido su título universitario, había decidido ir un poco más allá. Le reiteró que ella era la mejor maestra que había tenido en su vida. Ahora su nombre era más largo; la carta estaba firmada por el doctor James F. Stoddard, M.B. El tiempo siguió su marcha. En una carta posterior, Jim le decía a la señora Thompson que había conocido a una chica y que se iba a casar. Le explicó que su padre había muerto hacía dos años y se preguntaba si ella accedería a sentarse en el lugar que normalmente está reservado para la mamá del novio. Por supuesto, ella aceptó. Para el día de la boda, usó aquel viejo brazalete con varias piedras faltantes, y se aseguró de comprar el mismo perfume que le recordaba a Jim a su mamá. Se abrazaron, y el doctor Stoddard susurró al oído de su antigua maestra:

—Gracias por creer en mí. Gracias por hacerme sentir importante y por enseñarme que yo podía hacer la diferencia.

La señora Thompson, con lágrimas en los ojos, le contestó:

—Estás equivocado, Jim: fuiste tú quien me enseñó que yo podía hacer la diferencia. No sabía enseñar hasta que te conocí.”

Las experiencias (gratas y desagradables) que tenemos a lo largo de nuestras vidas marcan lo que somos en la actualidad. No juzgues a las personas sin saber qué hay detrás de ellas; dales siempre una oportunidad de cambiar su vida…

(*) fuente: “La culpa es de la vaca”

Aportación de:
Francisco Lutzardo
Personal Coaching
E-mail: flutzardo@gmail.com

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Me gusta la gente que mira a los ojos, los que se aproximan a los labios, sin miedos… que no muerden, tan solo besan los sueños. Me gusta la gente que te abraza, cuanto me gustan los abrazos…la gente que toca. Anda, toca, toca, que mis músculos están cargados de la adrenalina de la ternura. Me gusta la gente que canta en la ducha, la que tararea canciones por las esquinas, las que van sonriendo siempre en los arrabales del encanto…la risa y la sonrisa nos acercan a nuestro dios interno. Me gusta la gente que se quita la corbata para jugar, me gusta la gente que juega, y los que se quedan con la corbata…también siempre y cuando me dejen deshacer el nudo. Me gusta la gente sin complejos, los que aceptan su cuerpo, sus michelines , sus arrugas, su estado físico y se permite D-I-S-F-R-U-T-A-R del placer de tomar (con exceso) dulces de besos de miel, milhojas de felicidad, plum cake de sonrisas, Tartas de seducción. Me gustan la gente que se remanga la ropa y se mete en la piscina… las que ayudan sin esperar recompensa, las que te ofrecen su pecho como flotador, las que comparten el mapa del tesoro. Me gusta la gente que oye la radio de noche, la que sueña con imaginar y ponerle cuerpo a las voces que escucha, las que sueñan en color, las que compone a la vida, su propia banda sonora. Me gusta la gente atrevida, la emprendedora, la cooperante, la decisiva, la valiente…Valiente buena gente. Me gusta la gente bohemia, dicharachera, la esculpe_sueños, la enemiga del desencanto. Me gusta la gente que en estos momentos está creando acción para salir de la Crisis.
 Y me gustas tú. Y tú también.
Autor:
José Luis Fuentes Rodríguez
E-mail: joseluisfuentesrodriguez@gmail.com

Las dificultades nos enseñan


Las dificultades nos enseñan, así es, aunque no lo parezca,
nos hacen más fuertes y nos preparan para lo que venga,
pero lo hace en silencio, desde el dolor, desde la pena,
rogando y pidiendo que desaparezcan.

Las dificultades nos ayudan a reconocer a quienes no te aprecian,
aquellos que aparecen cuando todo va bien,
cuando nada necesitas, cuando das y no esperas,
pero desaparecen cuando pides, casi en silencio, una flor o un poema.

Las dificultades nos ahogan, pero no nos asfixian,
nos dejan sin aire, pero con la fe inquebrantable en que confiamos,
y cuando las superamos, sentimos una emoción inmensa,
que nunca más la olvidamos.

Las dificultades nos enseñan, el significado de palabras malditas,
malditas y duras como rabia, ira, irritación y pena,
cuanta pena he sentido al sufrir tantas dificultades,
sin ayuda y con tan pocos que me quieran.

Las dificultades nos hacen recordar, a aquellos que tanto querías y ya no están,
y desesperadamente pides que vuelvan, que los necesitas, que los anhelas,
que darías cualquier cosa, por que estuvieran junto a ti,
en estos momentos de tanto dolor y de mucha pena.

Las dificultades nos enseñan, a ser mejores personas,
a ser mejores padres, mejores hijos, a ser tú de veras,
a no ser esa persona simple, superficial y que no quiera,
las dificultades no son malas si nos ayudan a descubrir quién era.

Francisco Lutzardo
Personal Coaching
E-mail: flutzardo@gmail.com