viernes, 15 de febrero de 2013

La libertad

Una de las características más sobresalientes del ser humano es su ansia de libertad. Libertad es una palabra sagrada en el mundo occidental. Hasta se le ha erigido una estatua en el confín de América que da la bienvenida a cuantos llegan a la ciudad de Nueva York desde el Viejo Continente. En Francia, la libertad forma parte de la trinidad política del país, junto a la igualdad y la fraternidad. También figura en el ideario de anarquistas, republicanos y demócratas. Tal vez no sea exagerado afirmar que la palabra libertad se repite hoy en el mundo más que el nombre de Dios.

Todos queremos ser independientes. Nadie desea servir a nadie. El empleado ahorra dinero sin desmayo para establecer su propio negocio. El catedrático aspira a ser rector. Todos deseamos ser legisladores. Todos queremos que los demás se rijan por nuestros deseos. A nadie le gusta verse sometido a los deseos de los otros. En el fondo de su corazón, nadie desearía tener rival. La causa de todo esto es que existe en nosotros un ser efulgente e inmortal que no tiene segundo, ni rival; que es el legislador íntimo y el soporte de todo el universo. Este ser constituye nuestra verdadera naturaleza, nuestra propia esencia y por eso todos albergamos tales deseos y sentimientos. La libertad es el derecho de nacimiento del hombre que ninguna fuerza puede suprimir. La libertad es una llama siempre viva.

Sin embargo, en el plano ordinario, los conceptos de libertad son distintos según las personas que los interpreten. Para unos, la libertad consiste en escapar a la esclavitud del consumo y a la tiranía del capitalismo. Para otros, libertad es el derecho a hacer o decir cuanto les venga en gana sin más límite que los que impone la libertad del prójimo o la ley común establecida y mayoritariamente aceptada. Es de suponer que para algunos la libertad constituye un derecho sin límites, absoluto, y para otros, en fin, sólo tiene aplicación en pequeñas cuestiones como elegir una camisa azul o blanca.

En esto de la libertad, como en tantas otras cosas, se busca un ejercicio exterior, aparente, ficticio. Se busca la libertad de hacer, de decir y de pensar. Para la mayoría, la libertad es sacudirse el yugo condicionante de las presiones externas, de las circunstancias, de las alineaciones o de otras personas. ¡Qué pocos se dan cuenta todavía de que la mayor esclavitud es la de la propia mente! ¡Qué pocos ven en el juego de los sentidos esa circunstancia condicionante que anula nuestra propia libertad! ¡Qué pocos aún los que aciertan a ver en su propio ego el tirano dictador que los oprime!

La libertad de palabra y de pensamiento no es verdadera libertad. Hacer en cada momento lo que a uno le viene en gana no es verdadera libertad. Poder desnudarse en público tampoco es libertad. Como tampoco lo es ser monarca, detentar poder o poseer inmensas riquezas. Ni siquiera renunciar al mundo puede considerarse una total liberación.

La auténtica libertad no es meramente política y económica, aun cuando éstas sean necesarias para el bienestar de la sociedad. La verdadera libertad es el dominio sobre sí mismo. La verdadera libertad consiste en librarse del egoísmo y de los deseos; de los gustos y de los disgustos; de la lujuria, de la avaricia y de la cólera. Son sus pasiones y deseos quienes verdaderamente esclavizan al hombre. Es su mente la causa de su falta de libertad y de su infelicidad.

Son muchos hoy los que claman por libertad, pero cuesta trabajo creer que esas voces entiendan muy bien toda la dimensión del concepto. Se lucha denodadamente por conseguir pequeñas libertades, pero eso es todo. Las libertades por las que muchos luchan hoy, otros las disfrutan desde hace tiempo y no por ello han desaparecido sus miserias y desdichas. ¿O es que la libertad política y sexual o la independencia económica liberan de enfermedades, dudas, angustias y temores? Los hombres nos liberamos de unas esclavitudes y caemos en otras. La verdadera libertad es liberarse de sí mismo. Hasta que el hombre no consiga trascender las limitaciones de su mente no habrá emancipación ni libertad.

Es cierto que hay que reformar y perfeccionar lo externo. No es menos cierto que hay que someter y controlar lo interno. Algunos dicen: "En una sociedad libre y justa siempre reinaría la paz y la felicidad". Tal vez, pero una sociedad nunca será justa mientras no lo sean los hombres que la formen. Y la justicia del hombre no se consigue legislando, sino purificando el corazón. Del mismo modo, una sociedad nunca será libre mientras que los individuos que la componen sean esclavos de su ambición y sus pasiones. Si queremos una sociedad justa, formemos hombres justos. Si queremos una humanidad en paz, hagamos que la paz reine en el corazón de cada hombre. Si queremos un mundo libre, liberémonos de nuestros deseos egoístas y de nuestras pasiones incontroladas. Si queremos reformar la sociedad, reformémonos a nosotros mismos. La sociedad quedará automáticamente reformada.

Uno puede haber conseguido todas las licencias del mundo, pero seguirá prisionero de su propio cuerpo. Y además embutido en el rígido corsé de los hábitos. Y maniatado por sus apetencias y necesidades. Y vigilado por su eterno guardián: el ego. En estas circunstancias, ¿puede considerarse libre un hombre porque puede gritar?

Vivir es caminar hacia la libertad. La vida es una oportunidad que se nos da para liberarnos de nuestras miserias. Es preciso emplearse cuerdamente y no gastar la energía en salvas. Uno debiera practicar con perseverancia, con fe y con ilusión, preparándose con paciencia, no para ganar las pequeñas batallas de las libertades, sino para ganar la guerra de la auténtica liberación.

Aforismos.

· Amor, Sabiduría, Libertad, en esencia, son una o la misma cosa.
· Puedes llagar a la Libertad a través del Amor.
· El Amor necesita de la Sabiduría y va unido a ella.
· La Sabiduría necesita del Amor y va unida a él.
· Puedes llegar a la Libertad a través de la Sabiduría.
· La Libertad total es el reto esencial del hombre.
· La Sabiduría no es patrimonio de la razón.
· La Sabiduría lleva a la verdad.
· La verdad está más allá de las posibilidades de la mente.
· La Verdad es patrimonio del Espíritu, no del alma.
· No se puede transmitir la Verdad. La Verdad es vivencia.
· La Verdad no puede estar contenida en ninguna doctrina, en ninguna filosofía. Ellas pueden indicar un camino, una verdad con minúscula, pero nada más.
· La Verdad, que es una y única puede manifestarse de muy diversos modos.
· Todas las llamadas Verdades son relativas.
· Nadie te puede liberar.
· Serás más y más libre cuanto más te alejes de tus múltiples ignorancias y de tus múltiples y sutiles egoísmos.
· Busca mucho más dentro de ti que fuera de ti aquello que te impide ser libre.
· Has de poseer una mente flexible si deseas ser más libre.
· La libertad consiste en hacer lo que se debe hacer, amorosamente.
· La verdadera libertad, como la verdadera sabiduría y el verdadero Amor son ecuménicos.
· No puede existir libertad si no amamos a todos y cada uno de los reinos de la naturaleza.
· Serás tanto más libre cuanto más desarrolles y reflexiones sobre los ideales de los demás.
· El mayor obstáculo en el camino hacia la libertad, eres tu mismo.
· Ninguna doctrina, ningún partido político, te puede liberar. Has de ser tu con tu trabajo personal constante quien te libere.
· Un hombre puede ser libre estando en la cárcel. Una persona puede ser el mayor de los esclavos estando en plena naturaleza.
· Conforme vayas ganando en luz verás que cuanto más brillante es la luz, más sombras proyecta y de mayor intensidad.


Fuente: http://www.proyectopv.org


El pensamiento

Si, de pronto, alguien nos preguntara: “¿Qué es lo real?”, primero nos sentiríamos un tanto perplejos; después, le mostraríamos con total seguridad lo que tuviéramos a mano a modo de contestación. Pero la pregunta va más allá de nuestra visión natural, es una pregunta que requiere algún sentido perceptivo más de los cinco que siempre hemos considerado.

La realidad debe ser algo que subyace y da sentido a lo real. Está debajo de las cosas, siendo ellas, pero sin reducirse a ellas. La realidad aparente se nos aparece primeramente como lo más próximo a nosotros. Lo que esta lejano se hace real cuando se acerca y se convierte, de alguna manera, en cotidiano. Quizá sea ésta la primera experiencia que tenemos de la realidad como las cosas que nos rodean. Un numerosísimo grupo de personas creen hasta el final de sus días que esa es la única realidad.

Hay un segundo momento en el que captamos a los otros como presencias en persona. Sucede así cuando el otro se desliza en mi mundo y me mira: ¿Qué es ese objeto inquietante en virtud del cual yo cobro otra dimensión diferente ante mí mismo, de tal manera que “me veo porque me ve”?” (Sartre)

¿Cuál es la razón por la que los seres humanos nos hacemos este tipo de preguntas sobre la realidad? ¿No es suficiente con lo que se llama la visión natural del mundo? ¿La realidad es algo en sí misma o sólo nuestra percepción?

Puede que todo provenga de la interna búsqueda de la verdad. Pero, no hay un sendero hacia la verdad, ella debe llegar a uno. No hay dos verdades. La verdad no es del pasado ni del presente, es intemporal; y el hombre que se acoge a cualquier doctrina y cita la verdad de Buda, de Mahoma, o de Cristo, o aquel que comulga y se identifica sin una búsqueda interior propia con los escritos de esta página, no encontrará la verdad. La repetición es una mentira.

El ser humano no puede acercarse a la verdad a través de ninguna organización, ningún credo, sacerdote, o ritual, ni a través de alguna técnica filosófica. Tiene que encontrarla a través del espejo de las relaciones, a través de los contenidos de su propia mente, de la observación, y no a través del análisis intelectual o la disección introspectiva. El hombre ha construido en sí mismo imágenes (religiosas, políticas, personales) como una valla de seguridad. Estas se manifiestan como símbolos, ideas, creencias. La carga de estas imágenes domina el pensamiento del hombre, sus relaciones y su vida diaria. Estas imágenes son la causa de nuestros problemas pues dividen a los seres humanos.

La verdad no puede ser acumulada. Lo que se acumula es siempre destruido; se marchita. La verdad no puede marchitarse jamás, porque sólo podemos dar con ella de instante en instante, en cada pensamiento, en cada relación, en cada palabra, en cada gesto, en una sonrisa, en las lágrimas. La verdad no tiene morada fija, la verdad no es continua, no tiene lugar permanente. Es siempre nueva; por lo tanto es intemporal. Lo que fue verdad ayer no es verdad hoy, lo que es verdad hoy no será verdad mañana. La verdad está en enfrentarse de un modo nuevo a la vida. ¿Puede la verdad ser hallada en un medio particular, en un clima especial, entre determinadas personas? ¿Está aquí y no allá? ¿Es tal persona la que nos guía hacia la verdad, y no otra? ¿Existe, acaso, guía alguno? Cuando la verdad es buscada, lo que encontramos sólo puede provenir de la ignorancia, porque la búsqueda misma nace de la ignorancia.

Conoce la verdad sólo aquel que no busca, que no lucha, que no trata de obtener un resultado. No se puede buscar una verdad absoluta, ya que la verdad no tiene continuidad. Uno no puede buscar la realidad, “uno” debe cesar para que la realidad sea.

Fuente: http://www.proyectopv.org


La sabiduría.

La gran protagonista de la evolución es la experiencia. A través de ella las especies aprenden, desarrollan el instinto y avanzan.

El hombre posee una cualidad única que le aventaja sobre las demás criaturas: el lenguaje -hablado y escrito- que le permite transmitir sus experiencias y recibir información de otros.

El cerebro humano ha desarrollado mecanismos capaces de procesar, memorizar y reproducir información. Esta habilidad ha contribuido grandemente a la evolución de nuestra raza y ha acelerado el sistema de aprendizaje, pero...

Sólo se sabe lo que se experimenta. La información no es más que un sistema de referencias que sólo puede resultar de gran ayuda en el análisis y asimilación de nuestras propias vivencias, pero que no es, en sí mismo, una fuente de sabiduría.

Esto parece ignorarlo el sistema de educación occidental que atesta de información al individuo y sólo considera aventajado a quien es capaz de almacenar y reproducir más datos. Corremos el riesgo de descuidar el cultivo de las facultades superiores de la mente, al potenciar excesivamente los mecanismos automáticos cerebrales que realizan funciones semejantes a las de los procesadores.

Por otra parte, aceptar como verdad última la información recibida es el paso definitivo para la robotización del ser humano. Y no deja de ser irónico que esto ocurra bajo el señuelo de la libertad. El mundo está plagado de ingenuos que creen que nadan en un océano de libertad sólo porque se les otorga el derecho a tomar pequeñas opciones, mientras se les condiciona culturalmente desde la infancia por medio de la información.

La información es útil cuando el individuo puede filtrarla con ayuda de la discriminación y metabolizarla con la propia experiencia. En todos los demás casos constituye una programación, un lavado de cerebro. La persona informada, como las computadoras de la quinta generación, parece muy inteligente, pero no lo es. En cambio, sí resulta útil al cumplir fielmente las funciones para las que ha sido programada.

Mientras no haya una individualidad soberana que utilice inteligentemente la información en lugar de mimetizarse con ella, el hombre no será libre por más que muchos proclamen la libertad como bandera. Creérselo forma parte del programa.

Hay campos en los que la información transmite el conocimiento práctico acumulado por la especie y es extraordinariamente útil. Pero hay otros, que la mente tiende a aceptar con la misma reverencia casi religiosa, en los que la información no es más que la interpretación subjetiva de la experiencia de otra persona. Aquí es donde la discriminación ha de intervenir de manera implacable.

La sabiduría es la esencia que las facultades superiores de la mente liban en cada experiencia, mientras que la información es el relato de esa vivencia. Sin experiencia no hay auténtico conocimiento, y sin éste no hay libertad posible.

Aforismos.

· La verdadera sabiduría consiste en unir lo que es bueno con lo que es mejor. En separar lo que es bueno de lo que es malo, pero sabiendo que el mal siempre tiene dos caras.

· El sabio no ignora que cualquier parte del Universo, por infinitesimal que sea, sabe todo lo que ocurre en el resto del Universo, y que todo el resto del Universo sabe lo que ocurre allí.

· Sabe el sabio que es fácil imponer la ley por la fuerza. Y que es difícil propagarla con el ejemplo.

· La meditación profunda, la plegaria espontánea, el reposo solitario, la alimentación sencilla y el movimiento mesurado, mantienen el espíritu, el alma y el cuerpo del sabio.

· Aquel que reconoce su ignorancia, su impotencia y sus faltas, está empezando a caminar por el sendero de la sabiduría.

· Es sabio aquel que llega a ser lo que Es.

· El sabio ilumina y vivifica todo lo que se le acerca.

· El sabio muere a sí mismo y nace en el creador. Muy pocos conocen esto.

· Sabe el sabio que uno puede entenderse con los demás sin hablar. Y que podemos perder a nuestro mejor amigo pronunciando una sola palabra.

· Sabe el sabio que el mundo actual ni es bueno ni malo, ni real ni ilusorio. Sabe que está formado por una porción de luz divina fraccionada al infinito en las tinieblas del No-Ser.

· Sabe el sabio que lo que es muy complicado -como muchas doctrinas o filosofías- esconde casi siempre la mentira. Lo que parece muy sencillo, encierra a menudo una verdad sublime.

· Sólo aquel que ha recorrido la senda de la sabiduría puede indicar el camino, pero son pocos los que le escuchan y le creen.

· La humildad y el amor son el adorno de la sabiduría.

· Ninguna religión -esto lo sabe muy bien el sabio- tiene el monopolio del Creador, ya que él es Único y ellas son diversas. Sabe el sabio que la esencia de todas es la misma, cuando ellas enseñan el Amor y viven el Amor, pues de lo contrario no son sino cuentos.


Fuente: http://www.proyectopv.org