miércoles, 2 de enero de 2013

Amor

¿Qué pasa cuando una flor florece en lo más profundo de un bosque, sin nadie que la aprecie, nadie que conozca su fragancia, que realice un comentario y diga «hermosa», nadie que pruebe su belleza y gozo, nadie que la comparta... qué pasa con la flor? ¿Muere? ¿Sufre? ¿Se asusta? ¿Se suicida? Continúa floreciendo, sencillamente continúa floreciendo. No marca ninguna diferencia que alguien pase junto a ella o no; es irrelevante. Prosigue extendiendo su fragancia al viento. Sigue ofreciéndole su júbilo a Dios, al todo.
El amor es un lujo. Es abundancia. Es tener tanta vida como para no saber qué hacer con ella, de modo que la compartís. Es albergar tantas canciones en el corazón que tenéis que cantarlas... que alguien os escuche es irrelevante. Si nadie escucha, entonces también tendréis que cantarlas, tendréis que bailar vuestra danza.
El otro puede tenerlas, puede perdérselas... pero en lo que a vosotros atañe, fluye y rebosa.
El amor acontece solo cuando estáis adultos. Sois capaces de amar únicamente cuando sois adultos. Cuando sabéis que el amor no es una necesidad, sino un desbordamiento. Entonces dais sin ninguna condición.
Cuando dependéis del otro siempre hay desdicha. En cuanto dependéis, comenzáis a sentiros desgraciados, porque la dependencia es esclavitud. Entonces empezáis a vengaros de maneras sutiles, porque la persona de la que tenéis que depender se vuelve poderosa. A nadie le gusta que alguien tenga poder sobre ellos, a nadie le gusta depender; porque la dependencia mata la libertad y el amor no puede florecer con la dependencia. El amor es una flor de libertad: necesita espacio, necesita espacio absoluto. El otro no tiene que interferir con él. Es muy delicado.
Si el hombre tiene derecho a realizar sus sueños, la mujer tiene el mismo derecho a realizar los suyos. Y cuando habéis decidido estar juntos, se convierte en algo parecido a un deber sagrado ir con cuidado para no pisotear los sueños del otro.
Nada duele más que cuando se aplasta un sueño, cuando muere una esperanza, cuando el futuro se torna oscuro, cuando todas las grandes ideas que habéis creído que conformaban vuestra vida parecen imposibles porque esa mujer, o ese hombre, continuamente destruye vuestro estado de ánimo, vuestra paz, vuestro silencio.
La vida tiene tesoros inmensos, que permanecen desconocidos a las personas porque estas carecen de tiempo. Todo su tiempo está dedicado a librar una especie de batalla con alguien: el otro. El otro contiene la totalidad del mundo. Y la mayor calamidad que sucede es que cuando estáis peleando con el otro, despacio, muy despacio, os olvidáis de vosotros mismos. Toda vuestra concentración pasa a ser el otro, y cuando pasa eso, estáis perdidos. Entonces, ¿cuándo vais a recordaros a vosotros mismos? ¿Cuándo vais a encontrar vuestra fuente de vida más interior? ¿Cuándo vais a buscar la belleza, la verdad, la poesía y el arte? Os perderéis todo, por el simple hecho de pelearos con un hombre o una mujer.
Dos personas se encuentran, eso significa que dos mundos se encuentran. No se trata de algo sencillo, sino muy complejo, lo más complejo que hay. Cada persona es un mundo en sí misma, un misterio complejo con un largo pasado y un futuro eterno.
Al principio solo se encuentran las periferias. Pero si la relación se torna íntima, se vuelve más profunda, entonces comienza a producirse el encuentro de los centros. Cuando los centros se encuentran, se llama amor.
El amor es algo muy raro. Reunirte con una persona en su centro, significa que vosotros mismos pasáis por una revolución, porque si queréis encontraros con una persona en su centro, tendréis que permitir que esa misma persona alcance también vuestro centro. Tendréis que volveros vulnerables, absolutamente vulnerables, abiertos.
Es arriesgado. Permitir que alguien llegue a vuestro centro es arriesgado, peligroso, porque nunca sabéis qué os hará esa persona. Y una vez que todos vuestros secretos son conocidos, una vez que vuestro ser oculto ha dejado de estarlo, una vez que quedáis expuestos por completo, nunca sabéis qué hará la otra persona. El miedo está ahí. Por eso jamás nos abrimos.
No consideréis el conocimiento de alguien como amor. Puede que estéis haciendo el amor, puede que estéis sexualmente relacionados, pero el sexo también es periférico. A menos que los centros se encuentren, el sexo es solo el encuentro de dos cuerpos. Y el encuentro de dos cuerpos no es vuestro encuentro. El sexo sigue siendo un conocimiento... físico. Podéis permitir que alguien entre en vuestro centro solo cuando no tenéis miedo, cuando no estáis temerosos.
Hay dos tipos de formas de vivir. Una: orientada por el miedo. Otra: orientada por el amor. La vida orientada por el miedo jamás puede conduciros a una relación profunda. Permanecéis temerosos, y al otro no se le puede permitir que penetre hasta el núcleo de vuestro ser. Permitís que entre hasta cierto punto y luego surge el muro y todo se detiene.
La persona orientada por el amor es la persona religiosa. Ser así significa que no se teme al futuro, que no se teme el resultado ni la consecuencia, que se vive en el aquí y el ahora.
El amor es un florecimiento muy raro. A veces sucede. Es raro porque solo puede suceder cuando no hay temor, nunca antes. Eso significa que el amor solo puede sucederle a una persona profundamente espiritual y religiosa. El sexo es posible para todos. El conocimiento es posible para todos. No el amor.
Cuando no tenéis miedo, no hay nada que ocultar y podéis ser abiertos, podéis retirar todos los límites. Entonces podéis invitar al otro a penetrar hasta vuestro mismo núcleo.
Y recordad, si permitís que alguien penetre en vosotros profundamente, el otro os permitirá lo mismo, porque cuando permitís que alguien os penetre se crea confianza. Cuando no tenéis miedo, el otro se vuelve intrépido.
¿Que es el miedo? ¿Por qué tenéis tanto miedo? Aunque se supiera todo sobre vosotros y fuerais un libro abierto, ¿por qué temer? ¿En qué puede dañaros? Solo son falsas concepciones, simples condicionamientos creados por la sociedad para que os ocultéis, para que os protejáis, para que estéis constantemente en un estado de ánimo combativo, para que veáis a todos como enemigos, que creáis que todos están en contra de vosotros.
¡Nadie está en contra de vosotros! Aunque sintáis que alguien lo está, no es así porque cada uno está ocupado consigo mismo, no con vosotros. No hay nada que temer. Debéis comprenderlo antes de que pueda acontecer una verdadera relación. No hay nada que temer.
Meditad en ello. Y luego dejad que el otro penetre en vosotros, invitadlo a hacerlo. No creéis barrera alguna en ninguna parte, convertios en un pasaje siempre abierto, sin cerraduras, sin puertas cerradas. Entonces el amor es posible.
Cuando dos centros se encuentran, hay amor. Y el amor es un fenómeno alquímico... del mismo modo en que el hidrógeno y el oxígeno se encuentran y crean una cosa nueva, agua. Podéis tener hidrógeno, podéis tener oxígeno, pero si tenéis sed, os resultarán inútiles. Podéis tener tanto oxígeno como queráis, tanto hidrógeno como os apetezca, pero la sed no se irá.
Cuando dos centros se encuentran se crea una cosa nueva. Esa cosa nueva es amor. Y es como el agua, en que la sed de muchas, muchas vidas queda satisfecha. De pronto estáis ahítos. Esa es la señal visible del amor; quedáis satisfechos, como si hubierais logrado todo. Ya no queda nada por alcanzar; habéis llegado a vuestro objetivo. No queda ninguna meta, el destino está realizado. La semilla se ha convertido en una flor, ha alcanzado su florecimiento total.
La satisfacción profunda es la señal visible del amor.
Siempre que sintáis la belleza -en el sol naciente, en las estrellas, en las flores o en la cara de una mujer o de un hombre-, allí donde sintáis la belleza, observad. Siempre encontraréis una cosa: habéis funcionado sin la mente, habéis funcionado sin ninguna conclusión, simplemente habéis funcionado de forma espontánea. El momento se apoderó de vosotros con tanta profundidad que quedasteis aislados del pasado.
Y cuando quedáis aislados del pasado, automáticamente quedáis aislados del futuro, porque pasado y futuro son dos aspectos de la misma moneda; no están separados y tampoco son separables.
Podèis echar una moneda: a veces sale cara, otras cruz, pero la otra parte siempre está ahí, escondida detrás. Pasado y futuro son dos aspectos de la misma moneda.
El nombre de la moneda es mente. Cuando se deja caer toda la moneda, el resultado es inocencia. Entonces no sabéis quiénes sois ni lo que es; no existe conocimiento.
Pero vosotros sois, la existencia es, y el encuentro de esos dos elementos -el pequeño que sois vosotros con el infinito de la existencia-, ese encuentro, esa fusión, es la experiencia de la belleza.
La inocencia es la puerta; a través de la inocencia entráis en la belleza. Cuanto más inocentes os volvéis, más parte de la existencia se vuelve hermosa.
Un gran malentendido continúa en el mundo, que el amor es limitado. La gente piensa: «Si amo a dos personas, entonces el amor quedará dividido; si amo a tres, quedará aún más dividido. Si amo a cinco, entonces cada una recibirá una parte muy pequeña». No es así. El amor no es una cantidad. De hecho, cuanto más ama un hombre, más tiene. El amor no se rige por la corriente ley de la economía. El amor no es dinero, no es propiedad. El amor no es una cantidad. El amor es un fenómeno completamente diferente.
Si intentáis penosamente satisfacer el ego, no estáis interesados en compartir, porque compartir es un acto de amor. Y no es que no vaya a producirse un reconocimiento si compartís... pero esa no es la cuestión. De hecho, si compartís, encontraréis mucho reconocimiento, pero no lo estáis buscando; no ibais detrás de él. Si sucede, está bien; si no -sucede, es lo mismo. Queréis compartir. Vuestra felicidad radica en compartir, no en los efectos secundarios que ello pueda tener; no en el resultado, no en el fin, sino en el mismo acto.
Por ejemplo, amáis a un hombre o a una mujer. Mientras amáis, os tomáis de la mano u os abrazáis. El propio acto en sí mismo es el fin, no es que tratáis de demostrar que sois un hombre; no es que la mujer luego os vaya a decir que sois unos estupendos amantes. Si amáis a una mujer por el simple hecho de oír de sus labios que sois unos grandes amantes, no la habéis amado en absoluto. Pero si amáis a una mujer, ¿a quién le importa lo que diga? Lo que sienta en el momento de compartir es lo que cuenta, lo verdadero; es suficiente en sí mismo.
Si una mujer ama a un hombre y lo ama solo como un medio, para que luego él pueda decir: «Qué hermosa eres», lo que busca es reconocimiento por su belleza. Ese es un esfuerzo del ego, un acto de vanidad, pero no hay amor en él. Y la mujer no puede ser hermosa.
Si ella ama y comparte su ser, en ese acto es hermosa. Ni siquiera existe la necesidad de decirlo. Si alguien lo dice, perfecto; si alguien no lo hace, eso no significa que no se haya dicho, por que hay maneras más profundas de decir las cosas. A veces permanecer en silencio es el único modo de hablar.
Durante siglos ha prevalecido un concepto equivocado: que los amantes deberían gustarse de todos los modos posibles. Eso es absurdo. Los amantes deberían dejarlo claro: «Estas son las cosas que no me gustan». Ambos deberían dejar claro que: «Estas son las cosas que no me gustan y estas son las que me encantan». Y no hay necesidad de pelear al respecto todos los días, porque esa pelea no va a modificar nada. Han de aprender a aceptar aquello que no les gusta... una especie de coexistencia, una tolerancia. Esto es para los amantes que no están despiertos.
Un amor consciente es algo completamente diferente. No tiene nada que ver con el amor como tal, tiene que ver con la meditación, lo cual os hace conscientes. Y a medida que os volvéis más y más conscientes, cobráis consciencia de muchas cosas. Una: que no es el objeto de amor lo que resulta de importancia. Lo que importa es vuestra cualidad para amar, vuestro cariño, porque estáis tan lleno de amor que os gustaría compartirlo. Y ese acto ha de ser incondicional. No podéis decir: «No lo compartiré si tienes la nariz torcida». ¿Qué tiene que ver compartir con las narices? El amor consciente cambia toda la situación.
El amor inconsciente se centra en el objeto de amor. El amor consciente se centra en uno mismo, es vuestro afecto.
El amor inconsciente siempre va dirigido a una persona; de ahí que en todo momento haya celos, porque la otra persona también sabe que el amor inconsciente siempre está centrado en una persona, que no se puede compartir. Si empezáis a amar a otro, eso significa que habéis dejado de amar a la primera persona. Esos son celos, el miedo constante de que vuestro amante va a empezar a amar a otra persona... como si el amor fuera una cantidad.
El amor consciente es una cualidad, no una cantidad. Es más como la amistad: más profundo, más elevado, con más fragancia, pero similar a la amistad.
Podéis ser amigables con muchas personas, no hay lugar para los celos. No importa que os mostréis amigables con seis o diez personas, con diez mil; nadie próximo a vosotros se sentirá desposeído porque queráis a tanta gente y crea que su parte de amor va a ser cada vez menos. Todo lo contrario, a medida que sois capaces de querer a más gente, vuestra calidad de amor se vuelve enorme. De modo que aquel a quien améis recibirá más amor si vuestro amor es compartido por muchas personas. Muere si se ve reducido. Se torna más vivaz si es extendido sobre una vasta zona... cuanto más grande, más profundas son sus raíces. La consciencia le aporta a todo una transformación. Vuestro amor ya no va dirigido a nadie en particular. No significa que dejáis de amar. Simplemente que os convertís en amor, sois amor, vuestro mismo ser es amor, vuestra respiración es amor, vuestras palpitaciones son amor. Despiertos sois amor, dormidos sois amor.
El amor no conoce celos, el amor no conoce quejas. El amor es una comprensión profunda. Amáis a alguien... lo cual no significa que el otro también debería amaros. No se trata de un contrato. Intentad comprender el significado del amor. Pero no podréis hacerlo mediante vuestros así llamados asuntos amorosos.
Extrañamente, comprenderéis el significado del amor sumiéndoos en una meditación profunda, siendo más silenciosos, estando más serenos, más relajados. Empezaréis a emanar cierta energía. Os volveréis cariñosos y conoceréis las hermosas cualidades del amor.
El amor sabe decir sí, también sabe decir no.
No es ciego.
Pero ha de salir de vuestra meditación... solo entonces el amor tiene ojos; de lo contrario es ciego.
Y a menos que el amor tenga ojos, carece de valor. Os va a crear cada vez más problemas, porque dos personas ciegas con expectativas ciegas no solo van a duplicar los problemas de la vida, sino que van a multiplicarlos.
De modo que estad silenciosos y alerta. Sed: amorosos.
Podéis decir que no con gran amor. Una negativa no significa que sois indiferentes; una afirmación no significa que sois amorosos. A veces el sí puede significar que simplemente tenéis miedo, que surge del temor. Así que no necesariamente es que el amor signifique sí y que no podáis decir que no.
El amor con ojos sabe cuándo decir no, cuándo decir sí.
El amor ni interfiere en la vida de alguien ni permite que nadie interfiera en la vida propia. El amor brinda individualidad a los demás, pero sin perder la propia.

DEL LIBRO HOMBRE Y MUJER LA DANZA DE LAS ENERGÍAS - OSHO


Amistad

Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban cerca de un enorme árbol, cayó un rayo y los tres murieron fulminados.
Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales; a veces los muertos tardan un cierto tiempo antes de ser conscientes de su nueva condición...
La carretera era muy larga, colina arriba, el sol era muy fuerte, estaban sudados y sedientos. En una curva del camino vieron un portal magnífico, todo de mármol,
que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde manaba un agua cristalina.
El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada.
-Buenos días. -Buenos días -respondió el guardián.
-¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
-Esto es el Cielo.
-Qué bien que hayamos llegado al Cielo, porque estamos sedientos
-Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera.
Y el guardián señaló la fuente.
-Pero mi caballo y mi perro también tienen sed...
-Lo siento mucho - dijo el guardián- pero aquí no se permite la entrada a los animales.
El hombre se levantó con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante.
Después de caminar un buen rato cuesta arriba, exhaustos, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puertecita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles.
A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero, posiblemente dormía.
-Buenos días - dijo el caminante. El hombre respondió con un gesto con la cabeza.
-Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo.
-Hay una fuente entre aquellas rocas - dijo el hombre, indicando el lugar - Podéis beber tanta agua como queráis.
El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed.
El caminante volvió atrás para dar las gracias al hombre.
-Podéis volver siempre que queráis - Le respondió-
-A propósito ¿Cómo se llama este lugar? -Cielo.
-¿El Cielo? ¿Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo!
-Aquello no era el Cielo, era el Infierno.
El caminante quedó perplejo. -¡Deberías prohibir que utilicen vuestro nombre! ¡Esta información falsa debe de provocar grandes confusiones!
-¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor, Porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos...
Somos lo que hacemos día a día.
De modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito.

Paulo Coehlo