jueves, 2 de julio de 2015

Los ojos del alma (II)

La costumbre decreta que no es correcto mirar fijamente a los demás, y si se nos sorprende haciéndolo cambiamos al instante la dirección de la mirada y procuramos dar a entender de algún modo que era otra la meta de nuestros ojos, para ocultar así nuestro embarazo. Es éste uno de los efectos de desplazamiento. A un hombre no debe sorprendérsele mirando muy seguido con fijeza a una mujer, como ella no le provoque coquetamente a hacerlo; y una dama tiene todavía menos libertad en este campo: si deja que sus ojos se encuentren por algunos momentos con los del varón, éste se sentirá autorizado a interpretarle las inclinaciones. Nuestros ojos son nuestra más íntima posesión y a nadie le consentimos asomarse por ellos sin permiso a las honduras de nuestros afectos.

Sería ingenuo suponer que la forma que tenemos de emplear nuestros ojos en las situaciones sociales es algo que está genéticamente determinado. Una explicación más aceptable es la que pone el origen de nuestras maneras de mirar en la costumbre y en los convencionalismos.

La función social de los ojos es estorbada en aquellos individuos que padecen graves afecciones de la vista. Muchos invidentes son propensos a evitar las aserciones, como si hubieran abdicado su derecho a autoafirmarse a cambio de que las demás personas, más afortunadas, les acepten y traten. La ceguera parcial es, a menudo, más dura de soportar que la total, porque mientras al paciente le queda alguna vista conserva la esperanza de ir mejorando, hasta el extremo de que se niega a admitir que su mal tenga causas importantes y las juzga todas de muy poca monta; tales esperanzas y convicciones le impiden adaptarse a su nueva situación y hacen que vaya difiriendo siempre el aprender a suplir con el uso de otros sentidos el de la vista que ya no le sirve. Los niños semi-invidentes tienden a usar sus ojos a la vez que los dedos cuando estudian el sistema Braille, y esto retrasa su adquisición de los hábitos y habilidades que les son tan necesarios.

Pierre Piveteau