Sería ingenuo suponer que la forma que tenemos de emplear nuestros ojos en las situaciones sociales es algo que está genéticamente determinado. Una explicación más aceptable es la que pone el origen de nuestras maneras de mirar en la costumbre y en los convencionalismos.
La función social de los ojos es estorbada en aquellos individuos que padecen graves afecciones de la vista. Muchos invidentes son propensos a evitar las aserciones, como si hubieran abdicado su derecho a autoafirmarse a cambio de que las demás personas, más afortunadas, les acepten y traten. La ceguera parcial es, a menudo, más dura de soportar que la total, porque mientras al paciente le queda alguna vista conserva la esperanza de ir mejorando, hasta el extremo de que se niega a admitir que su mal tenga causas importantes y las juzga todas de muy poca monta; tales esperanzas y convicciones le impiden adaptarse a su nueva situación y hacen que vaya difiriendo siempre el aprender a suplir con el uso de otros sentidos el de la vista que ya no le sirve. Los niños semi-invidentes tienden a usar sus ojos a la vez que los dedos cuando estudian el sistema Braille, y esto retrasa su adquisición de los hábitos y habilidades que les son tan necesarios.
Pierre Piveteau
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