sábado, 23 de febrero de 2013

La Naturaleza

Dependemos de la naturaleza no solo para nuestra supervivencia física. También necesitamos a la naturaleza para que nos enseñe el camino a casa, el camino de salida de la prisión de nuestras mentes.

Nos hemos perdido en el hacer, en el pensar, en el recordar, en el anticipar: estamos perdidos en un complejo laberinto, en un mundo de problemas. Hemos olvidado lo que las rocas, las plantas y los animales ya saben.

Nos hemos olvidado de ser: de ser nosotros mismos, de estar en silencio, de estar donde esta la vida: Aquí y Ahora. Llevar tu atención a una piedra, a un árbol o a un animal no significa pensar en ellos, sino simplemente percibirlos, darte cuenta de ellos.

Cuando camines o descanses en la naturaleza, honra ese reino permaneciendo allí plenamente. Serénate. Mira. Escucha. Observa como cada planta y animal son completamente ellos mismos. A diferencia de los humanos, no están divididos en dos. No viven a través de imagines mentales de sí mismos, y por eso no tienen que preocuparse de proteger y potenciar esas imágenes.

Todas las cosas naturales, además de estar unificadas consigo mismas, están unificadas con la totalidad. No se han apartado del entramado de la totalidad reclamando una existencia separada: “yo”, el gran creador de conflictos.

Tú no creaste tu cuerpo, y tampoco eres capaz de controlar las funciones corporales. En tu cuerpo opera una inteligencia mayor que la mente humana. Es la misma inteligencia que lo sustenta todo en la naturaleza. Para acercarte al máximo a esa inteligencia, sé consciente de tu propio campo energético interno, siente la vida, la presencia que anima el organismo. Cuando percibes la naturaleza solo a través de la mente, del pensamiento, no puedes sentir su plenitud de vida, su ser.

Solo, ves la forma y no eres consciente de la vida que la anima, del misterio sagrado. El pensamiento reduce la naturaleza a un bien de consumo, a un medio de conseguir beneficios, conocimiento, o algún otro propósito práctico

Observa, siente un animal, una flor, un árbol, y mira como descansan en el Ser. Cada uno de ellos es él mismo.

Tienen una enorme dignidad, inocencia, santidad. En el momento en que miras más allá de las etiquetas mentales, sientes la dimensión inefable de la naturaleza, que no puede ser comprendida por el pensamiento. Es una armonía que, además de compenetrar la totalidad de la naturaleza, también esta dentro de ti… El aire que respiras es natural, como el propio proceso de respirar. Dirige la atención a tu respiración y date cuenta de que no eres tu quien respira. La respiración es natural.

Conecta con la naturaleza del modo más íntimo e interno percibiendo tu propia respiración y aprendiendo a mantener tu atención en ella. Esta es una práctica muy curativa y energetizante. Produce un cambio de conciencia que te permite pasar del mundo conceptual del pensamiento al ramo de la conciencia incondicionada.

Necesitas que la naturaleza te enseñe y te ayude a reconectar con tu Ser. No estás separado de la naturaleza. Todos somos parte de la Vida Una que se manifiesta en incontables formas en todo el universo, formas que están, todas ellas, completamente interconectadas.

Cuando reconoces la santidad, la belleza, la increíble quietud y dignidad en las que una flor o un árbol existen, tú añades algo a esa flor o a ese árbol. Pensar es una etapa en la evolución de la vida. La naturaleza existe en una quietud inocente que es anterior a la aparición del pensamiento. Cuando los seres humanos se aquietan, van más allá del pensamiento.

La quietud que esta más allá del pensamiento contiene una dimensión añadida de conocimiento, de conciencia. La naturaleza puede llevarte a la quietud. Ese es su regalo para ti. Cuando percibes la naturaleza y te unes a ella en el campo de quietud, este se llena de tu conciencia. Ese es tu regalo a la naturaleza.

A través de ti, la naturaleza toma conciencia de sí misma. Es como si la naturaleza te hubiera estado esperando durante millones de años.

Eckhart Tolle

La Meditación

La meditación es una disciplina a través de la cual se intenta ir más allá del pensamiento condicionado para alcanzar un estado profundo de conciencia.

El objetivo principal de la meditación es concentrarte y poco a poco relajar tu mente hasta liberar tu conciencia. Según vas progresando, notarás que puedes meditar en cualquier sitio y en cualquier momento, logrando la paz interior a pesar de lo que esté pasando a tu alrededor. Notarás además que puedes controlar mejor tu forma de reaccionar ante las cosas a medida que te vuelves más consciente de tus pensamientos (por ejemplo, liberándote del enojo), pero primero tienes que aprender a dominar tu mente y controlar tu respiración.

1.- Dedica tiempo a meditar. Saca tiempo de tu rutina diaria para meditar, preferiblemente por la mañana y por la noche. Los beneficios de la meditación son más notables cuando la haces regularmente. Algunas personas prefieren meditar al final del día para aclarar su mente; otras prefieren buscar refugio en la meditación en medio de un día ajetreado. Resulta más fácil meditar en la mañana, antes de que tu cuerpo se sienta cansado por el ajetreo diario y tu mente tenga más cosas en las que pensar. Trata de no dedicarle demasiado tiempo. Comienza con 5 o 15 minutos al día.

2.- Busca un ambiente tranquilo y relajado. Es muy importante, sobre todo para el principiante, evitar lo que pueda distraer la atención. Apaga la televisión, el teléfono, o cualquier otro aparato que haga ruido. Si pones música, escoge una melodía suave, calmante y repetitiva para que no pierdas la concentración.

Muchas personas prefieren meditar al aire libre, siempre y cuando no se sienten cerca de una carretera muy transitada o cualquier otro sitio ruidoso. Puedes hacerlo a la sombra de un árbol, o sobre el césped en tu rincón favorito del jardín.

3.- Siéntate en el suelo. Si el suelo es incómodo, usa un cojín. No tienes que asumir la posición de loto o semiloto, ni otras posiciones incómodas. Lo importante es que mantengas la espalda derecha, ya que esto te ayudará después con la respiración.

Inclina tu pelvis sentándote al borde de un cojín grueso, o en una silla con las patas traseras levantadas del suelo a una altura de 8 a 10 cm (3 o 4 pulgadas).

Coloca las vértebras de tu columna de forma que descansen una sobre otra y soporten todo el peso de tu torso, cuello y cabeza. Si lo haces correctamente, no te costará ningún esfuerzo mantenerte erguido. (De hecho, se requiere un pequeño esfuerzo, pero si adoptas la postura correcta, apenas te darás cuenta).

4.- Relaja tus brazos y piernas. No necesitas adoptar una posición especial, siempre y cuando estén relajados y no interfieran con el balance de tu torso. Puedes descansar las manos sobre tus caderas, pero al principio te puede resultar más fácil dejar que tus brazos cuelguen a los lados para que su peso te ayude a notar lo que no esté alineado.

5.- Relaja todo tu cuerpo. Sigue buscando las partes de tu cuerpo que no están relajadas, y relájalas. Puede que notes que no puedes relajarlas a menos que ajustes tu postura para estar mejor alineado. Eso ocurre normalmente con los músculos cerca de tu columna vertebral. Puede que también notes que no estás derecho y necesites enderezarte. También con frecuencia los músculos pequeños de tu cara se vuelven más tensos.

6.- Concentra tu atención en el ritmo de tu respiración. Escúchala, síguela, pero no pienses en ella (cosas como “Suena un poco ronca… ¿Estaré cogiendo un catarro?). El objetivo es dejar que la “cháchara” de tu mente desaparezca poco a poco. Busca un “ancla” para calmar tu mente.

Trata de recitar un mantra (repetición de una palabra sagrada). Lo mejor es usar una sola palabra como “om” pronunciada con un ritmo constante. Puedes recitarla verbalmente o sólo mentalmente. A los principiantes les resulta más fácil contar sus respiraciones. Trata de contarlas del 1 al 10, y vuelve a empezar con el 1.

Para evitar que las imágenes se sigan colando en tus pensamientos, visualiza un sitio relajante. Puede ser real o imaginario. Imagina que estás en lo alto de una escalera que lleva a un sitio tranquilo. Cuenta los pasos al bajar hasta que te sientas tranquilo y relajado.

7.- Calla tu mente. Cuando ya hayas entrenado tu mente a enfocarse en una sola cosa a la vez, el siguiente paso es no concentrarte en nada; básicamente “vacía” tu mente. Esto requiere una gran disciplina, pero es la culminación de la meditación. Después de concentrarte en un único punto, tal y como lo describimos en el paso anterior, puedes arrojarlo de tu mente u observarlo imparcialmente y dejar que vaya y venga, sin juzgarlo como “bueno “o “malo”. Usa el mismo método con cualquier pensamiento que vuelva a tu mente hasta que reine el silencio.

El humor

Contemplar la vida, gélidamente, con los ojos del alma. Ver la esencia de las cosas desvestida de toda apariencia es, en efecto, una actitud vedántica. Pero no resulta tan aburrida como engañosamente pudiera parecer. Al contrario, asomarse al mundo desde ángulo tan singular propicia ese elixir secreto y maravilloso que llamamos sentido del humor, y sin el cual nadie puede disfrutar realmente de la vida.

Para el yogui, esta es como un sueño mágico en el que todo parece real, o, mejor, como una inconmensurable representación teatral, sin ensayos ni argumento, en la que cada personaje sigue una trama distinta que modifica constantemente con la improvisación, ajeno por completo a su condición de mero actor. El universo infinito presta su decorado de estrellas y esferas. El escenario es un pequeño planeta azul sobre el que se mueven seis mil millones de actores (en número crece gradualmente), cada uno convencido de ser el protagonista de la creación y empeñado en convencer de ello también a los otros.

El hombre común vive su papel a conciencia, encendido unas veces por el fuego de la pasión, aplanado otras por la melancolía y distraído las mas en cosillas de poco más o menos. A veces riendo, a veces llorando. Impulsado, de pronto, por la brisa del entusiasmo o varado en la calma chicha del desencanto. Todo le afecta. Todo es real porque lo vive como tal. Para este hombre el sentido del humor es forzosamente limitado. Sólo es capaz de aplicarlo a otros. No sabe reírse de sí mismo.

Hay un humor nacido en la ignorancia que consiste en reírse de otros y está cargado con las emociones, impurezas, frustraciones, resentimientos, complejos o estulticia de quien se ríe. Es un humor que puede ser ingenuo, malicioso, corrosivo, sarcástico, superior... pero nunca puro.

Existe otro, sin embargo, el humor por antonomasia, que nace en la sabiduría, el distanciamiento y el desapego y consiste en situarse uno enfrente de sí mismo para verse como algo ajeno. Es tener presente nuestra condición de actores y no identificarse con el personaje que se representa.

Es este un humor vedántico, serio, inteligente, compasivo, filosófico y didáctico. No se expresa en risotadas, ni siquiera en sonrisas de melón, pero produce un regocijo íntimo y se nota en la mirada.

La actitud vedántica de entender que las cosas no son como parecen, que todo es un fuego de artificio, un juego fantástico creado por la mente y condenado a desvanecerse como un sueño cuando esta se apague, permite al yogui hacer el drama comedia y así no abrasarse con el ardor de la pasión, ni abatirse cuando menguan las luces de la esperanza y el mundo se cubre de sombras asustadoras. Ser espectador, saber mirar, no identificarse con los avatares de la comedia, eso es lo que propicia en ángulo adecuado para ver las cosas con humor.

En las personas hay un devenir y un ser. Quién se identifica con lo primero es un actor, quién lo hace con lo segundo es un espectador. Si se tiene en cuenta que el humor no es una manera de actuar, sino un modo de percibir, resulta fácil concluir que el sentido del humor es privilegio de quién sabe situarse enfrente de las cosas y no dentro de ellas. ¿Cómo captar, si no, los guiños cómplices de la Deidad?

Fuente: http://www.proyectopv.org