Fíjate en la rosa:
puede acaso decir la rosa: 'Voy a ofrecer mi fragancia a las buenas personas y negársela a las malas'?
¿O puedes tú imaginar una lámpara que niegue sus rayos a un individuo perverso que trate de caminar a su luz?
Sólo podría hacerlo si dejara de ser una lámpara.
Observa cuán necesaria e indiscriminadamente ofrece el árbol su sombra a todos, buenos y malos, jóvenes y viejos, altos y bajos, hombres y animales y cualesquiera seres vivientes... incluso a quien pretende cortarlo y echarlo abajo.
Ésta es, pues, la primera cualidad del amor: su carácter indiscriminado.
Por eso se nos exhorta a que seamos como Dios,
'que hace brillar su sol sobre buenos y malos y llover sobre justos e injustos; sed, pues, buenos como vuestro Padre celestial es bueno'.
Contempla con asombro la bondad absoluta de la rosa, de la lámpara, del árbol... porque en ellos tienes una imagen de lo que sucede con el amor.
¿Cómo se obtiene esta cualidad del amor?
Todo cuanto hagas únicamente servirá para que tu amor sea forzado, artificial y, consiguientemente, falso, porque el amor no puede ser violentado ni impuesto. No hay nada que puedas hacer. Pero sí hay algo que puedes dejar de hacer.
Observa el maravilloso cambio que se produce en ti cuando dejas de ver a los demás como buenos y malos, como justos y pecadores y empiezas a verlos como inconscientes e ignorantes.
Debes renunciar a tu falsa creencia de que las personas pueden pecar conscientemente. Nadie puede pecar 'a conciencia'. En contra de lo que erróneamente pensamos, el pecado no es fruto de la malicia, sino de la ignorancia. '
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen...'
Comprender esto significa adquirir esa cualidad no discriminatoria que tanto admiramos en la rosa, en la lámpara, en el árbol...
La segunda cualidad del amor es su gratuidad.
Al igual que el árbol, la rosa o la lámpara, el amor da sin pedir nada a cambio.
¡Cómo despreciamos al hombre que se casa con una mujer, no por las cualidades que ésta pueda tener, sino por el dinero que aporta como dote...!
De semejante hombre decimos, con toda razón, que no ama a la mujer, sino el beneficio económico que ésta le procura.
Pero ¿acaso tu amor se diferencia algo del de ese hombre cuando buscas la compañía de quienes te resultan emocionalmente gratificantes y evitas la de quienes no lo son; o cuando te sientes positivamente inclinado hacia quienes te dan lo que deseas y responden a tus expectativas, mientras abrigas sentimientos negativos o mera indiferencia hacia quienes no son así?
De nuevo, sólo necesitas hacer una cosa para adquirir esa cualidad de la gratuidad que caracteriza al amor:
abrir tus ojos y mirar.
El simple hecho de mirar y descubrir tu presunto amor tal como realmente es, como un camuflaje de tu egoísmo y tu codicia, es esencial para llegar a adquirir esta segunda cualidad del amor.
La tercera cualidad del amor es su falta absoluta de auto-conciencia, su espontaneidad.
El amor disfruta de tal modo amando que no tiene la menor conciencia de sí mismo.
Es lo mismo que ocurre con la lámpara, que brilla sin pensar si beneficia o no a alguien; o con la rosa, que difunde su fragancia simplemente porque no puede hacer otra cosa, independientemente de que haya o deje de haber alguien que disfrute de ella; o con el árbol que ofrece su sombra...
La luz, la fragancia y la sombra no se producen porque haya alguien cerca, ni desaparecen cuando no hay nadie, sino que, al igual que el amor, existen con independencia de las personas.
El amor, simplemente, es, sin necesidad de un objeto.
Y esas cosas (la luz, la sombra, la fragancia) simplemente, son, independientemente de que alguien se beneficie o no de ellas.
Por tanto, no tienen conciencia de poseer mérito alguno o de hacer bien.
Anthony de Mello