Adriana Martinez
¿Qué trabajo estamos destinados a hacer en la vida? ¿En qué tarea nuestra alma se alimentará y expresará, en cuál aportaremos al todo del que somos parte? ¿Cuál labor nos dará paz e integridad, más allá de los esfuerzos que requiera? ¿En qué ocupación nos alumbrará el sentido? Estos interrogantes no se refieren a factores como el éxito social, la fecundidad económica o el prestigio que nos concede la mirada ajena. Si evadimos aquellas preguntas, estos factores pueden convertirse en pesadas cargas y enfrentarnos a dudas crueles: ¿Qué hago aquí? ¿Para qué sigo en esto si no me realizo? ¿Cómo me juzgarán si renuncio al éxito, al prestigio, al bienestar material?
"Hay muchas personas que hoy sufren porque su trabajo carece de alma", afirma el ex sacerdote, músico y psicoterapeuta Thomas Moore en "Un trabajo con alma". Sufrimos, creo, cuando nos convertimos en aquello que hacemos, cuando amoldamos nuestras capacidades, recursos, inclinaciones, aspiraciones y potencialidades a la forma rígida de una profesión o un oficio. Solemos hacer eso para satisfacer expectativas ajenas, recibir reconocimiento, encontrar seguridad material, ocultar vulnerabilidades no admitidas, etcétera. Así, somos lo que hacemos, y nuestra identidad, el ego del que habla nuestra amiga Adriana, es nuestro trabajo. Ego es la identidad "oficial" de cada quien, aquella que, compuesta con retazos de nuestro ser total y nuclear (y a costa de otros aspectos que quedan relegados, olvidados o negados), nos permite encontrar "un lugar en el mundo". Lugar que nos será reconocido a condición de que nos ajustemos a un rol. Puede haber suculentas recompensas, pero el alma no estará cómoda allí y lo hará saber mediante insatisfacción, ansiedad, angustia, irritabilidad o síntomas físicos.
Distinto es cuando hacemos lo que somos. Cuando buscamos la tarea, profesión o quehacer que amplifica, expresa y da forma y sentido a toda aquella materia prima espiritual, emocional, creativa y fecunda que nos hace únicos y representa nuestra verdadera e intransferible identidad. Entonces encontramos más que "un" lugar en el mundo, encontramos nuestra razón de ser en el universo. Esto ocurre, dice Moore, cuando seguimos nuestro daimon. Este es, según los antiguos griegos, padres de nuestra cultura, un poderoso impulso que empuja a las personas en una dirección, aún a riesgo de confusión o temor. Quien toma a su daimon en serio -afirma Moore- debe atender a esas preguntas y voces interiores que le advierten sobre la inconveniencia de una tarea, la necesidad de un cambio, la insatisfacción en un cargo. Voces que llevan a correr un riesgo. Y nos preguntan qué nos hace sentir vivos, qué nos motiva, qué necesitamos para encontrar sentido en lo que hacemos. Preguntas como: "¿Lo que hago es de verdad lo que quiero hacer? ¿El que lo hace soy yo o es el que otros esperan que yo sea?"
Si soy lo que hago, cualquier riesgo que amenace a mi trabajo o profesión pondrá en duda mi identidad. El día que (por despido, enfermedad, descalabro económico o cualquier imponderable) no pueda hacer eso que me identifica, no existiré. Pero si, en cambio, hago lo que soy, mi ser puede reflejarse de un modo único en más de una tarea, oficio o profesión. Estos serán sólo medios y no fines. Tendré un trabajo para la vida y no una vida atada a un trabajo. Haga lo que hiciere será una labor inspirada, un trabajo con alma que, así sea por una sola acción realizada, dará sentido a mi vida. Trabajo con alma es el que nos permite expresar nuestros valores en un contexto ético, el que nutre al contexto en que vivimos, empezando por el entorno más cercano y tangible, y es el que expresa aquello que nos hace únicos, aunque muchos hagan la misma tarea. La labor que estamos destinados a hacer en este mundo puede tardar una vida en revelarse, dice Moore, y mientras buscamos, quizá desempeñemos más de un oficio o profesión. Lo importante es saber en cada momento si soy lo que hago o hago lo que soy.
- Diálogos del Alma, por Sergio Sinay
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