Este es un hermoso cuento escrito para niños, pero que nos sirve también a los adultos; nos ilustra muy bien que todos somos especiales por el solo hecho de existir. Que debemos confiar en nosotros mismos, valorarnos como personas y no permitir que nos afecte lo que otras personas opinen de nosotros (ni bueno, ni malo). Lo leí hace varios años y me encanto; así que hoy lo comparto con mucho cariño.
Siria Grandet
Los Wemmicks eran gente pequeña, hechas de madera. Todos estaban tallados por un artesano llamado Elí. Su taller formaba parte de una colina con vista a la villa. Cada wemmick era diferente. Unos tenían grandes narices, otros grandes ojos. Algunos eran altos y otros bajitos. Algunos usaban sombreros, otros abrigos. Pero todos eran construidos por el mismo artesano y vivían en una preciosa villa.
Todos los días, cada día, los wemmicks realizaban la misma tarea: se regalaban etiquetas unos a otros. Cada wemmick tenía una caja de etiquetas de estrellas doradas y una caja de etiquetas de puntos grises.
Al subir y bajar por las calles de la preciosa villa, la gente empleaba su tiempo en pegarse etiquetas de doradas estrellas o de puntos grises, unos a otros.
Los más hermosos, aquellos construidos con madera pulida y hermosos colores, siempre obtenían estrellas. Pero si la madera estaba áspera o la pintura desconchada, los wemmick pegaban etiquetas grises sobre ellas.
También los talentosos obtenían estrellas. Algunos podías levantar grandes garrotes sobre sus cabezas o saltar sobre cajas altísimas. Otros sabían decir bellas palabras o podían cantar canciones hermosas.
Todo el mundo les otorgaba estrellas. Algunos estaban totalmente cubiertos de estrellas. Cada vez que ellos obtenían una estrella, ¡Los hacía sentirse tan bien! Esto los estimulaba a querer hacer algo más para alcanzar otra estrella.
Sin embargo, otros, hacían algunas cosas que a los demás no les agradaba, y obtenían puntos grises.
Ponchinelo era uno de esos. Él trataba de saltar como los demás, pero siempre caía. Cuando caía, los demás hacían una rueda alrededor de él y le daban puntos grises.
Algunas veces al caerse, su madera se raspaba, así que sus vecinos le daban más puntos grises. Entonces, cuando trataba de explicar la causa de su caída, de sus labios salía alguna tontería y los wemmicks le daban más puntos grises.
Después de un tiempo. Ponchinelo tuvo tantos puntos grises feos que no quería salir a la calle. Tenía mucho miedo de hacer algo estúpido como olvidar su sombrero o caminar en el agua, y que la gente le volviera a dar otro punto. La verdad es que tenía tal cantidad de puntos grises sobre él, que cualquiera se le acercaba y le añadía uno más sólo por gusto.
“Él merece montones de puntos”, comentaban la gente de madera, de acuerdo unos con otros. “Él no es buena persona de madera”, decían.
Después de un tiempo, Ponchinelo creyó lo que decían sus vecinos. “Yo no soy un buen wemmick”, decía. En poco tiempo, él salió a la calle y empezó a relacionarse con otros wemmicks que tenían un montón de puntos grises. Él se sintió mejor entre ellos.
Un día, él se encontró una wemmick que era diferente a cualquiera de las que siempre había conocido. No tenía puntos ni estrellas. Era puramente madera. Se llamaba Lucía. Esto no se debía a que sus vecinos no trataban de pegarle sus correspondientes etiquetas; sino a que las etiquetas no se pegaban a su madera.
Algunos wemmicks admiraban a Lucía por no tener puntos, de modo que corrían hacia ella y le daban una estrella. Pero la etiqueta no se pegaba. Otros no la tenían en cuenta al ver que ella no tenía estrellas, y le daban un punto. Pero tanto la estrella como el punto se despegaban.
“Yo quiero ser de esa madera”, pensó Ponchinelo. “No quiero marcas de nadie”. Así que le preguntó a la wemmick que no tenía etiquetas cómo ella había podido lograr tal cosa.
-“Es muy fácil”, le contestó Lucía. “Todos los días voy a ver a Elí”.
-¿Elí?, preguntó Ponchinelo.
-“Sí, Elí. El artesano. Y me siento en el taller con él”.
-¿Por qué?, preguntó Ponchinelo.
–“Por qué no lo averiguas por ti mismo? Sube a la colina. Él está ahí” Y dicho esto la wemmick que no tenía etiquetas ni puntos dio la vuelta y se alejó dando salticos.
-“Pero, ¿querrá el artesano verme a mí?, le gritó Ponchinelo. Lucía no lo oyó.
Así que, Ponchinelo, regresó a casa. Se sentó cerca de la ventana y se puso a observar a la gente de madera cómo corrían de aquí para allá dándose estrellas o puntos unos a otros. - “Eso no es justo”, refunfuñó. Y decidió ir a ver a Elí.
Él se acercó al estrecho camino que iba a la cima de la colina y fue en dirección del taller grande. Al entrar allí, sus ojos se abrieron desmesuradamente ante las cosas que veía. El taburete era tan alto como él mismo. Tuvo que estirarse sobre la punta de sus pies para mirar la altura de la mesa de trabajo. Un martillo era tan largo como su brazo. Ponchinelo tragó saliva. “¡No voy a quedarme aquí!”, y se dio vuelta para salir.
Entonces oyó su nombre. -“¿Ponchinelo?”. La voz era fuerte y profunda.
Ponchinelo se detuvo. –“¡Ponchinelo! ¡Qué bueno que has venido! Ven y déjame mirarte”.
Ponchinelo se volvió lentamente y vio la gran barba del artesano.
-¿Tú sabes mi nombre?”, preguntó el wemmick.
– “Por supuesto que lo sé. Yo te hice a ti”.
Elí se inclinó, recogió del suelo a Ponchinelo y lo colocó sobre la mesa de trabajo. “Hum”, dijo el artesano pensativamente mientras miraba los puntos grises.
-“Parece que has recibido marcas malas”.
– “No significa eso, de verdad, yo me esforcé mucho por no recibirlas, Elí”.
– “Oh, no tienes que defender tus acciones ante mí, muchacho. Yo no me preocupo por lo que los demás wemmick piensan”.
-“¿No te importa?”
– “No, y tú no deberías hacerlo tampoco. ¿Quiénes son ellos para dar estrellas o puntos? Son wemmick exactamente como tú. Lo que ellos piensan no importa, Ponchinelo. Lo único importante es lo que yo pienso. Y yo pienso que tú eres muy especial”.
Ponchinelo sonrió. - “¿Especial, yo? ¿Por qué? No puedo caminar aprisa. No puedo saltar. Mi pintura está desconchada. ¿Por qué soy importante para ti?”
Elí contempló a Ponchinelo, puso sus manos sobre sus hombros y le dijo: -“Porque eres mío”. Esa es la razón de que seas importante para mí”.
Ponchinelo nunca había tenido a alguien que lo viera de esa forma _mucho menos su creador. No sabía qué responder.
- “Cada día he estado esperando que tu vinieras”, explicó Elí.
- “Vine porque me encontré con alguien que no tenía marcas”, dijo Ponchinelo.
- “Lo sé. Ella me habló de ti”
-“Por qué las etiquetas no se pegan sobre ella?”
-“Porque ella decidió que lo que Yo pienso es más importante que lo que ellos piensan. Las etiquetas únicamente se pegan si tú permites que lo hagan”.
-“¿Qué?”
-“Las etiquetas sólo se pegan si son importantes para ti. Lo más importante es que confíes en mi amor, y dejes de preocuparte por sus etiquetas”.
-“No estoy seguro de haber comprendido”.
Elí sonrió. -“Lo vas a intentar: pero esto tomará tiempo. Tienes demasiadas marcas. Por ahora, sólo ven a verme todos los días y déjame recordarte cuanto te amo”.
Elí levantó a Ponchinelo de la mesa y lo puso en el suelo. Y cuando el wemmick salía por la puerta, le dijo:
-“Recuerda, tú eres especial porque yo te hice, y yo no cometo errores”.
Ponchinelo no se detuvo, pero en su corazón pensaba: “Eso explica por qué soy especial ante sus ojos”. Y al comprenderlo al fin, un feo punto gris cayó sobre la tierra.
Cuento de Max Lucado
Siria Grandet –Consultora de Feng Shui Clásico y Astrología China-BAZI
Fuente: Armonizando tu vida
Que bello cuento, con un mensage enorme, asi es, nuestro creador sabe quien somos, y para el somos especiales todos, nadie es major que nadie, con diferentes dones pero hijos creados por el, El nunca se equivoca, dejemos de ser Ponchinelos, seamos Lucias, visitando a nuestro creador para recorder que somos amados y especiales, no permitamos que nos marquen ni con estrellas, mucho menos con puntos grises.
ResponderBorrarinteresante este cuento y la enseñanza lo es mas....
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