El primer paso tiene que ser el autoconocimiento. Pero la paradoja es que si empiezas a buscar un yo te perderás el YO.
Al decir “un yo” me refiero al ego, al proceso de “egoar”. Ése es un yo falso; como no podemos encontrar el YO verdadero, empezamos a crear el falso, sólo para consolarnos. Es un sustituto. Pero el sustituto nunca puede volverse la verdad, el sustituto se vuelve una atadura.
La verdad libera. Los sustitutos de la verdad crean prisiones. El ego es la prisión más grande que el hombre ha inventado hasta ahora. Todos se sienten sofocados, aplastados. No es que alguien te lo esté haciendo, tú mismo te lo estás haciendo. Has dado un paso equivocado. En vez de buscar lo que es, has empezado a sustituirlo por algo: por un juguete, por una cosa falsa. Podrá consolarte pero no puede traer celebración a tu vida. Y todo consuelo es suicida porque mientras permaneces consolado el tiempo se te va escurriendo de las manos.
El YO no es un yo. El YO es exactamente un no-yo: en él no hay idea de “yo”, es universal. Todas las ideas surgen en él, pero no puede ser identificado con ninguna de las ideas que surgen en él. Todas las ideas surgen en él, todas las ideas se disuelven en él. Es el cielo, el contexto de todos los contextos, es el espacio en el que todo sucede. Pero el espacio mismo nunca sucede: permanece, está siempre allí, y dado que está siempre allí, es fácil perdérselo. Dado que está allí tanto y está allí siempre, nunca te das cuenta de su presencia.
Es como el aire, no te das cuenta de su presencia. Es como el océano que rodea al pez: el pez nunca toma conciencia de él. Es como la presión del aire: la presión es tanta y siempre ha estado allí... pero no te das cuenta. Es como la gravedad: es tanta... pero no te das cuenta. Es como la Tierra dando vueltas y vueltas a gran velocidad alrededor del sol: la Tierra es una nave espacial pero nadie se da cuenta. Estamos a bordo de una nave espacial y está andando a gran velocidad. Pero no nos damos cuenta.
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