jueves, 3 de enero de 2013

La danza de los opuestos

Hay unas pocas cosas muy fundamentales que se deben entender.
Primera, un hombre y una mujer son, por un lado, mitades del otro, y por el otro lado, polaridades opuestas. El hecho de ser opuestos hace que se atraigan. Cuanto más separados estén, más profunda será la atracción; cuanto más diferentes sean, más grande será el encanto, la belleza y la atracción. Pero ahí radica todo el problema.
Cuando se acercan, quieren acercarse más, quieren fundirse en el otro, quieren convertirse en uno, en un todo armonioso... pero toda su atracción depende de la oposición, y la armonía dependerá de disolver dicha oposición.
A menos que una relación amorosa sea muy consciente, va a crear mucha angustia y problemas.
Todos los amantes tienen problemas.. El problema no es personal; radica, en la misma naturaleza de las cosas.
Lo llaman enamorarse.!No pueden aportar razón alguna que explique una atracción tan tremenda hacia el otro. Ni siquiera son conscientes de las causas subyacentes; y por eso suceden cosas extrañas: los amantes más felices son aquellos que jamás se encuentran. En cuanto lo hacen, la misma oposición que creó la atracción se convierte en un conflicto. En cada cosa pequeña sus actitudes y enfoques son diferentes. Aunque hablan el mismo idioma, son incapaces de entenderse.
El modo en que un hombre observa el mundo es distinto del de una mujer.
Por ejemplo, un hombre está interesado en cosas lejanas... en el futuro de la humanidad, en las estrellas distantes, en si hay seres vivos en otros planetas. Una mujer simplemente ríe entre dientes ante esas tonterías. A ella solo le interesa un círculo muy pequeño y cerrado: los vecinos, la familia, quién engaña a su esposa, qué esposa se ha enamorado del chofer. Su interés es muy local y muy humano. No le preocupa la reencarnación; tampoco le preocupa la vida después de la muerte.
Su preocupación es más pragmática. Le preocupa el presente, el aquí y el ahora.
El hombre jamás está en el aquí y el ahora.
Siempre se encuentra en alguna otra parte.
Si ambas partes son conscientes del hecho de que se trata de un encuentro de opuestos, de que no hay necesidad de convertirlo en un conflicto, entonces es una gran oportunidad para entender el punto de vista totalmente opuesto y asimilarlo. En ese caso, la vida de un hombre y una mujer, juntos, puede transformarse en una hermosa armonía. De lo contrario, es una pelea constante. Hay descansos... no se puede mantener una pelea durante veinticuatro horas al día; también hace falta descansar para prepararse para una nueva pelea. Sin embargo, uno de los fenómenos más extraños es que durante miles de años los hombres y las mujeres han estado viviendo juntos, y aun así son extraños. Siguen teniendo hijos, pero continúan siendo extraños. Los enfoques femenino y masculino son tan opuestos entre sí que a menos que se realice un esfuerzo consciente, a menos que se convierta en vuestra meditación, no existe esperanza de disfrutar de una vida apacible.
La mujer piensa intuitivamente, el hombre intelectualmente, lo que impide el encuentro. La mujer simplemente llega a conclusiones sin ningún proceso de pensamiento. Y el hombre avanza paso a paso para alcanzar una conclusión.
El hombre se esfuerza por llegar a una conclusión, mientras que la mujer simplemente la saca. Posee una sensación intuitiva.
Por ello no se puede engañar a una mujer, en especial a vuestra esposa. Resulta imposible; nadie ha sido jamás capaz de lograrlo. De inmediato os descubrirá, porque el modo en que la mujer ve no se parece al modo en que veis vosotros. Ella entra por la puerta de atrás, ¡mientras que vosotros ni siquiera sabéis que tenéis una puerta trasera! Distribuís todo ante la puerta delantera, y ella entra por la de atrás y conoce todos los detalles.
El marido llega a casa preparado. Qué va a decir, cómo va a responder... lo repasa todo, y en cuanto mira a la mujer todos los ensayos se desvanecen y se comporta como un niño tartamudo. Incluso una gran persona como Napoleón le tenía mucho miedo a las mujeres. Temía a su propia esposa, porque lo descubrirá de inmediato.
La mente del hombre sigue un curso zigzagueante, la de la mujer un curso recto como una flecha. Ella no escucha lo que decís, sino que os mira a los ojos. Presta atención al modo en que decís las cosas. Percibe vuestra mano temblorosa, ve que vuestros ojos intentan evitarla. No escucha lo que estáis diciendo; eso es irrelevante... sabe que se trata de una historia que habéis logrado inventar de camino del bar a casa. Sin embargo, está más sincronizada con vuestro lenguaje corporal. Y este es más auténtico, porque aún no podéis controlarlo y engañar con él.
El hombre es capaz de abordar cualquier problema de un modo intelectual. Le tiene miedo a la mujer porque el modo en que ella aborda un problema es muy intuitivo, instintivo. Ninguna mujer es intelectual, inteligente, desde luego, pero no intelectual. La inteligencia del hombre es de un tipo, y la inteligencia de la mujer es de un tipo totalmente diferente. La inteligencia del hombre es la esencia de su intelecto, y la inteligencia de la mujer nace de su poder intuitivo. No hay un punto intermedio donde puedan encontrarse... no existe posibilidad para ello. Son polos opuestos, por eso se sienten tan atraídos entre sí. Debido a que no pueden comprenderse existe misterio entre ellos; ese misterio posee un gran atractivo.
De hecho, podéis amar a una mujer toda vuestra vida, pero jamás seréis capaces de entenderla. Seguirá siendo un misterio, impredecible; vive más a través de los estados de ánimo que de los pensamientos, es más parecida al clima y menos a un mecanismo. Amad a una mujer y lo sabréis. Por la mañana hay nubes y ella está triste, y, de inmediato, no ha sucedido nada en particular y las nubes han desaparecido y una vez más luce el sol y ella canta. ¡Increíble para un hombre!
¿Qué tonterías pasan por una mujer? Sí, son tonterías porque, para un hombre, las cosas deberían tener una explicación racional. «¿Por qué estás triste?». Una mujer simplemente responde: «Me siento triste». A un hombre le resulta imposible entenderlo. Ha de haber alguna razón para estar triste. ¿Solo estar triste? «¿Por qué estás feliz?». Una mujer simplemente contesta que se siente feliz. Vive a través de estados de ánimo.
Por supuesto, a un hombre le resulta difícil vivir con una mujer... porque si las cosas son racionales, se pueden manejar. Si son irracionales, si surgen de la nada, resultan muy difíciles de manejar. Ningún hombre ha sido jamás capaz de manejar a una mujer. Al final termina por rendirse; abandona todo el esfuerzo de manejarlo.
El hombre es más argumentativo. Esto han aprendido las mujeres: si siguen hasta el fin de la discusión, él ganará. De modo que no discuten, pelean. Se enfadan y lo que no pueden hacer mediante la lógica lo hacen a través de la furia. Lo sustituyen todo por la ira y, desde luego, el hombre que piensa que no tiene sentido tomarse tantas molestias por algo tan insignificante, termina por estar de acuerdo con ellas.
La mujer tiene sus propios argumentos: romper platos. Por supuesto, esos platos son los viejos. Jamás rompe los realmente hermosos. Golpea al hombre con la almohada, pero golpear a alguien con una almohada no es un acto violento. Una almohada blanda representa una pelea muy poco violenta. Le arroja cosas, pero jamás apunta a darle. Apunta aquí y allá. Pero eso es suficiente para dar la alarma en el vecindario. Es lo que ella quiere, que todo el barrio se entere de lo que está sucediendo. Eso aplaca al marido. Este se arrastra y suplica: «Perdóname. Estaba equivocado desde el principio. Lo sabía».
A medida que las parejas se asientan, el marido olvida todo sobre las discusiones. Cuando entra en la casa, respira hondo y se prepara para cualquier cosa irracional que vaya a suceder.
La mitad del mundo, el mundo exterior, el mundo objetivo, ha de ser abordado mediante la razón. De modo que cuando se trate de un asunto del mundo exterior, hay más posibilidades de que el hombre tenga razón. Pero siempre que se trate de una cuestión del mundo interior, es más posible que la mujer tenga razón, porque en ese asunto la razón no es necesaria. Así que si vais a comprar un coche, prestad atención al hombre, y si vais a elegir una iglesia, prestad atención a la mujer. Pero es algo casi imposible. Si tenéis esposa, no podéis elegir el coche... es casi imposible. Ella lo elegirá. ¡Y no solo eso, sino que se sentará en la parte de atrás y lo conducirá!
El hombre y la mujer han de llegar a una cierta comprensión de que en lo que atañe al mundo de los objetos y las cosas, el hombre es más propenso a tener razón y ser más preciso. Él funciona a través de la lógica, es más científico, es más occidental. Cuando una mujer funciona más intuitivamente, es más oriental, más religiosa. Es más posible que su intuición la guíe al camino correcto. De manera que si vais a ir a una iglesia, seguid a vuestra mujer. Posee una sensación más precisa para las cosas que son del mundo interior. Y si amáis a una persona, a la larga se llega a esa comprensión y entre los dos amantes surge un acuerdo tácito: quién va a tener razón según qué cosas.
Y el amor siempre es comprensión.
El hombre es un hacedor. La mujer es una amante, no una hacedora. El hombre es la mente, la mujer es el corazón. El hombre puede crear cosas, pero es incapaz de dar vida. Para eso es necesaria la receptividad de la tierra. La simiente cae en ella, desaparece bajo tierra y un día surge una vida nueva. Así es como nace un niño. Hace falta una matriz para dar a luz... a un bebé, a lo sagrado o a vosotros mismos. Tenéis que convertiros en una matriz.
La mujer es paciente. ¡Pensad en un hombre teniendo un bebé en su vientre durante nueve meses! No se puede concebir que un hombre sea capaz de tolerarlo... es imposible. Las mujeres son más tolerantes, aceptan más. ¿De dónde procede esa fortaleza? De su receptividad.
Cuando sois hacedores os agotáis. Un hombre y una mujer haciendo el amor... el hombre se agota; la mujer se ve enriquecida, nutrida, porque es la receptora. Al hacer el amor un hombre pierde energía, una mujer la gana. Por eso las mujeres se han visto inhibidas en todo el mundo. ¡Si no se las contuviera, el hombre moriría! Sería imposible para ningún hombre satisfacer a alguna mujer. Una mujer puede hacer el amor con una docena de personas en una noche y aun así estar fresca, llena de energía. Un hombre solo puede hacer el amor una vez, y luego se queda agotado. El hombre expulsa energía, la mujer la recibe.
La mujer espera... eso no significa que no ame, ama tremendamente; ningún hombre puede amar con igual profundidad... pero ella espera. Confía en que las cosas acontecerán en su momento justo, y precipitarlas no sirve para nada. Una mujer no está tensa, sino llena de energía, de ahí la belleza femenina.
En el útero de la madre el óvulo simplemente espera. No va a ninguna parte. El esperma del varón viaja, y lo hace a gran velocidad. Realmente es una distancia enorme la que recorre el esperma del varón hasta el óvulo de la mujer; empieza una gran competencia. Los hombres son competitivos desde el mismo comienzo, incluso desde antes de nacer. Mientras hacen el amor con una mujer un hombre libera millones de espermas, y todos se precipitan hacia el óvulo. Se requiere una gran velocidad porque solo uno será capaz de llegar hasta el óvulo, no todos. Solo uno va a ser el ganador del Premio Nobel ¡La verdadera Olimpiada empieza aquí! Y se trata de una cuestión de vida o muerte, no es corriente. La competencia es grande... millones de espermas luchando, avanzando a toda velocidad, y solo uno llegará a su destino. Pero el óvulo femenino simplemente está a la espera... con gran confianza.
Es muy raro encontrar a un hombre que no sea un marido dominado... muy raro. De hecho, no sucede, y si alguna vez encontráis a uno, entonces se trata de la excepción que confirma la regla, nada más. Hay razones psicológicas para ello.
El hombre pelea continuamente en el mundo, de modo que su energía masculina se agota. Cuando llega a casa, quiere volverse femenino. Quiere reposar de su agresión masculina. En la oficina, en la fábrica, en el mercado, en la política... en todas partes ha estado peleando y peleando. En casa no quiere pelear; quiere descansar, porque al día siguiente el mundo volverá a empezar. Por ello en el momento en que entra en casa se convierte en femenino. Todo el día la mujer ha sido femenina, sin pelear; no ha habido nadie con quien pelear. Está cansada de ser una mujer... y de la cocina, de todo y de los niños. Quiere disfrutar de un poco de agresividad y pelear y reñir, y el pobre marido está disponible. De modo que ella se convierte en el varón y el marido se convierte en la mujer; esa es toda la base para la dominación.
El corazón sigue siendo primitivo. Y es bueno que las universidades no hayan encontrado todavía un modo de enseñar al corazón y de volverlo civilizado. Es la única esperanza que tiene la humanidad para sobrevivir. La mujer es la única esperanza que tiene la humanidad para sobrevivir. Hasta ahora, el hombre ha sido dominante, y ello por una extraña causa. Esta es que en lo más hondo el hombre se siente inferior. Debido a la inferioridad, con el fin de compensarla, comenzó a dominar a la mujer.
Solo en un sentido es más fuerte que la mujer: en fuerza muscular. En todos los demás sentidos la mujer es mucho más fuerte que el hombre. La mujer vive más tiempo que el hombre, sufre menos que él debido a las enfermedades.
Más hombres se vuelven locos, el número es casi el doble. Y más hombres se suicidan; otra vez la cantidad es casi del doble. En todos los modos posibles, salvo en el muscular, la mujer es muy supenor.

La inteligencia y la claridad forman parte de la mente masculina. La absorción y la tranquilidad forman parte dela mente femenina. Solo una mujer puede absorber, por ello se queda embarazada... posee el útero. Esas dos cosas son necesarias. Si no sois inteligentes, no seréis capaces de entender qué se os está diciendo, no comprenderéis qué os está impartiendo el Maestro. Y si no sois femeninos, no seréis capaces de absorberlo, no podréis quedaros embarazados con ello. Y ambas cosas son necesarias. Debéis ser inteligentes, muy inteligentes para entenderlo. Y tenéis que ser muy absorbentes para mantenerlo en vuestro interior, para que se convierta en una parte de vosotros.
El hombre ha estado obligando a la mujer a ser silenciosa, no solo por fuera, sino también por dentro... obligando a la parte femenina a estar quieta. Mirad en vuestro interior. Si la parte femenina dice algo, de inmediato saltáis y replicáis: «¡Es ilógico! ¡Absurdo!». Os perdéis muchas cosas en vuestra vida porque la cabeza no para de hablar; no permite que la parte femenina hable.
Los alborotadores se convierten en líderes. En las escuelas, todos los profesores inteligentes eligen a los mayores alborotadores como jefes de clase. En cuanto ocupan un puesto poderoso, toda la energía que dedican a los problemas adquiere utilidad para el maestro. Esas mismas personas problemáticas comienzan a crear disciplina.
La mente masculina es un fenómeno alborotador... por ello abruma, domina. Pero en lo más hondo, aunque podáis alcanzar poder, os perdéis la vida. iY en lo más hondo la mente femenina continúa! A menos que deis marcha atrás hacia lo femenino y os entreguéis, a menos que vuestra resistencia y lucha se conviertan en rendición, no sabréis lo que es la vida verdadera ni su celebración.
Uno debería de ser como el agua... que fluye, fresca, siempre en movimiento hacia el océano. Y uno debería de ser como el agua: suave, femenino, receptivo, cariñoso, no violento. Uno no debería de ser como una roca. La roca da la impresión de ser fuerte, pero no lo es, y el agua da la impresión de ser muy débil, pero no lo es.
Que nunca os engañen las apariencias. Al final el agua vence a la roca y esta es destruida y se convierte en arena que es arrastrada al mar. Al final la roca desaparece... ante el agua blanda.
La roca es masculina; es la mente masculina, la mente agresiva. El agua es femenina, suave, cariñosa, en absoluto agresiva. Pero gana el elemento no agresivo. El agua siempre está dispuesta a rendirse, pero mediante la rendición conquista... ese es el estilo de la mujer. La mujer siempre se rinde y conquista a través de ese acto. Y el hombre quiere conquistar y el resultado final no es otra cosa que una rendición.

DEL LIBRO HOMBRE Y MUJER LA DANZA DE LAS ENERGIAS - OSHO

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